No hay en la actualidad un venezolano que no esté preocupado por el clima social que profundamente vive el país, por la violencia verbal y física en el escenario político y los mayores niveles de conflictividad que debilitan fuertemente la paz y el tejido social de la nación.
El gobierno de Nicolás Maduro -el madurismo- ha demostrado más capacidad para poner en evidencia la violación permanente de los derechos humanos, para la represión a la población civil, que para contribuir creativa y constructivamente a resolver los apremiantes problemas sociales, económicos y políticos.
Su incompetencia puede producir su derrumbe y es presumiblemente el miedo de esta perspectiva lo que, hasta más no poder, explica su rápida reacción de terror contra la oposición y los opositores, para detener, contener o castigar con toda la violencia del Estado venezolano a los estudiantes universitarios, con la cual pretende resolver la crisis que él mismo ha creado.
Al mismo tiempo, pasa por alto que lo que ha fracasado en Venezuela es una concepción política, una concepción del Estado. Hay que recordarle que el orden siempre ha sido -y siempre será- el mayor desafío para una sociedad en crisis. El fascismo se construyó sobre la irracionalidad del orden concebido en abstracto.
La negación de la realidad por parte de sus gobernantes es, sin duda, uno de los peores problemas que puede sufrir una sociedad. Por momentos la reacción de quienes gobiernan -como quedó demostrado en el primer encuentro del diálogo entre el gobierno y la MUD- se asemeja a la de aquella persona que, según un cuento, vivía alejada de toda civilización urbana y que cuando viajó a una gran ciudad y visitó su zoológico, al ver a un elefante, de cuya existencia no tenía noticias exclamó: "¡Este animal no existe"! También recuerda a la actitud de los habitantes de un pueblo que veían pasar al rey y, en medio de elogios a su vestimenta, no se animaban a advertirle que en realidad estaba desnudo.
Los venezolanos recibimos diariamente por los muchos medios oficiales un claro mensaje contradictorio y negador según el cual no existe la inflación. Tampoco existe, según el relato, la inseguridad; aunque los muertos se multipliquen en nuestras calles, el crimen no existe, es una mera sensación.
Se nos explica desde la cadena oficial que se transmite diariamente, en forma didáctica, que estamos creciendo, que nuestra economía florece y que nuestra percepción de una realidad distinta es obra de la propaganda de los medios "destituyentes". No podemos ahorrar, no podemos comprar moneda extranjera para viajar, no podemos importar ni siquiera medicamentos.
Vamos a hacer las compras y cada vez compramos menos. ¿Qué nos pasa a los venezolanos? Pues, que estamos perdiendo la libertad. Y sin prensa independiente terminaremos por perder la capacidad de opinar, de criticar y de pensar.
El colapso que hemos sufrido y estamos sufriendo como país exige de todos los venezolanos el esfuerzo prodigioso de rescatar nuestras reservas morales, materiales y creativas para reconstruir, sin duda, sobre las bases democráticas, el gran proyecto de una República soberana próspera.
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