Mientras millones emigran del país, hay otros que regresan de vacaciones o para solventar trámites legales. Se encuentran con un lugar distinto, irreconocible por una crisis que se agudiza
Mileidy Sánchez recorre el bulevar de Sabana Grande, en Caracas, como si se tratase de un sitio ajeno, desconocido, y no el lugar que solía caminar antes de tomar la difícil decisión de emigrar en 2017. Está abrumada.
Nació y vivió en la capital venezolana por 23 años, pero ya no es la que dejó atrás cuando decidió irse; de esa poco queda. Volvió a una Caracas de constantes apagones, protestas por mejoras salariales, colapso del transporte público. Una metrópolis que agoniza ante la mirada indolente de quienes la gobiernan.
En Venezuela, un país donde más de cuatro millones de personas han emigrado por la crisis política, social y económica, hay quienes desafían la situación y deciden regresar tras haber huido hace unos años. Algunos vuelven para quedarse, otros obligados por trámites migratorios imposibles de realizar en las embajadas del exterior. Sin embargo, también hay quienes retornan con la añoranza de la compañía, impulsados por concretar un reencuentro familiar.
Este último fue el caso de Mileidy, una licenciada en Comunicación Social de 25 años de edad. Regresó al país tras haber emigrado hace dos años a Medellín, Colombia, el país de la región que más alberga a venezolanos, un millón y medio, de acuerdo con Acnur.
En el país vecino aprendió de trabajo duro y humildad. Vendió arepas, café, fresas con crema y finalmente llegó a un call center donde permanece laborando desde hace un año.
Su viaje de retorno a Venezuela estaba planificado, las ganas de ver de nuevo a sus padres y a su hermana la empujaron. Así que solicitó vacaciones y emprendió un viaje por carretera de regreso a su país natal.
Ya le habían advertido que la situación no era igual, que todo estaba peor. Lo notó desde el propio lado colombiano, en Cúcuta. Se encontró con una marea de venezolanos vendiendo de todo, hasta ofreciendo dinero por cabello. Al cruzar y llegar a San Antonio del Táchira comenzó a notar más cambios.
“Cúcuta fue horrible y San Antonio era peor, todos los locales cerrados, había mucha gente. En el autobús hacen lo que les da la gana, el pasaje cuesta Bs 200.000 y aparte de lo que pagas, quieren que les des más por la maleta, porque supuestamente está pasada de peso, aunque ellos ni siquiera tienen un peso para corroborarlo”, comenta Sánchez.
Al llegar a la capital su perspectiva empeoró. Recorrió la ciudad y se encontró con personas comiendo desperdicios de la basura, locales aceptando dólares como forma de pago y mercados repletos de todos los productos que en 2017 escaseaban, aunque ofertados a precios exorbitantes.
“Hay demasiada gente comiendo basura, gente mal vestida, con los zapatos rotos, niños que deberían estar en el liceo y están vendiendo chucherías, pidiendo en la calle. Yo siento que en Caracas estoy en un eterno domingo: todo lo cierran a las 5:00 pm, todo se apagó, los locales, los centros comerciales, todo”, asegura Mileidy, quien también constató las fallas de servicios como el agua, pues en su casa solo llegó una vez en toda una semana.
A pesar del panorama agridulce que se llevó del país, pudo reencontrarse con los suyos, compartir momentos pendientes para luego regresar a su nueva realidad, en Colombia. Anhela volver a Venezuela, pero no ahora. Como muchos otros, espera que el panorama político cambie y que la ciudad en la que creció también vuelva.
De Emiratos Árabes a la Venezuela de Maduro
“Caracas no es la misma que dejaste”, esas fueron las palabras de la hermana de Néstor Mercado, un sommelier, de 25 años de edad, que emigró en marzo de 2018. Su destino no fue habitual: Emiratos Árabes Unidos, un país que alberga a poco más de 3.000 venezolanos.
Mercado recibió una lista de instrucciones para que se preparara al retornar al país.
“Si estás en un sitio tomando café, no postees nada en tiempo real porque por allí vienen los asaltos, los secuestros. Trae todos los billetes de 1 y 5 dólares porque todo el mundo cobra en ese moneda”, detalló como parte de su “inducción”.
Mercado oyó atento y emprendió un viaje de 16 horas, tiempo que bastó para que la normalidad desapareciera de su vista y en su lugar apareciera una parte del Caribe, querida, pero golpeada y en crisis desde la llegada del chavismo: aterrizó en Venezuela.
Su regreso al país fue solo por trámites migratorios (prórroga de pasaporte), pero en su estadía aprovechó para reencontrarse con la poca familia que le queda en Venezuela y también para reconocer su ciudad, porque es consciente de los cambios drásticos que ha sufrido.
En sus primeros días en el país se trasladó en el Metro de Caracas y el panorama lo dejó perplejo: escaleras mecánicas dañadas, retraso en los trenes, instalaciones sucias e incluso algunas sin energía eléctrica.
Pero no fue lo único que le impactó, pues coincide con Mileidy Sánchez en que el aspecto de las personas es más descuidado y la economía está totalmente dolarizada.
“Vi a una señora con su uniforme y estaba sucio, probablemente no tenía dinero para comprar jabón. No es que sean personas sucias, es que no pueden cubrir sus necesidades básicas. También me sorprendí con los precios de todo porque yo no conocía el bolívar soberano. Cuando veía los precios pensando en bolívar fuerte no entendía nada, ahora pagas hasta en dólares. Me fui un año para desarrollar mi carrera e hicieron desastre”, comenta.
Para Néstor la suma de todas estas problemáticas ha resultado en una Venezuela más caótica y sin matices. “Veo el mismo país pero con distinto espíritu. Me duele porque es lo que eres tú, es tu identidad. Venezuela duele, a todos”, agrega.
Un país ajeno
Hace tres años Jean Marc Erize, de 40 años de edad, empacó sus maletas y decidió emigrar a Panamá junto a su esposa y sus dos hijos. La adaptación a una nueva vida fue difícil, pero en el país centroamericano encontró la estabilidad y la calidad de vida que tanto escasea en Venezuela.
Añoraba el reencuentro. Hace unas semanas volvió al país para resolver trámites y también para reencontrarse con amigos y vecinos, los pocos que continúan aquí.
A Erize, al igual que a Néstor Mercado, le hicieron una larga lista de recomendaciones para que regresara preparado a su país natal: traer dólares de 1 y 5, no mostrar ubicaciones en redes sociales y ser más precavido en horas nocturnas. Todo lo apuntó, pero los cambios en un país con tantos problemas abundan.
“He visto a familiares y conocidos mucho más delgados, eso sin hablar del tema de la luz. Aunque Caracas es como la joyita de Venezuela, porque tengo amigos en el interior que sufren aún más por esto; pero particularmente la zona donde vivía ha sido golpeada por la falta de luz y agua. Solo 20 minutos de agua cada dos días”, explica indignado ante la situación.
A Erize también le asombra el uso del dólar casi como moneda oficial, así como el fenómeno de los bodegones, que ha visto en todas partes. “Nunca había visto tanta Nutella junta”, comenta.
A pesar de encontrar un país ajeno a su realidad, Jean Marc seguiría regresando para reencontrarse con los suyos y con el Ávila.
Muchos de los que emigraron han logrado empezar de nuevo en el país que eligieron y ya están establecidos, Venezuela les duele y algunos incluso añoran volver si el panorama político y social mejora. Quieren ayudar a reconstruir lo que 20 años de chavismo devastó.